FECHA .06/03/2012.
Querido diario,
empecé la secundaria. Debería haber sido emocionante. No sé si estoy emocionada o aterrada. Nuevo uniforme, cuadernos limpios, expectativas nuevas. Pero fue… un día silencioso. Todo enorme, lleno de gente que no conozco. Extraño a mis amigas de la primaria. Esta lleno de caras que no conocía y pasillos que parecían tragarse a la gente.
Entré al aula y nadie me miró. Nadie dijo "hola". Me senté en una punta, pegada a la ventana. Sentía las manos heladas y las piernas duras como piedra. Todos parecían tener ya a alguien. Como si se conocieran de antes, como si fueran piezas de un rompecabezas al que yo no pertenecía.
Durante el primer recreo, caminé sola por el patio. Comí una barrita de cereal sentada contra una pared. Trataba de parecer ocupada, como si no me importara estar sola. Pero claro que me importaba.
Fue entonces cuando las vi. Un grupo de chicas —cuatro, creo— se reían entre ellas, cerca del kiosco. Una de ellas, una pelirroja con los labios pintados de negro, me miró de arriba abajo. Luego le dijo algo al oído a otra y las dos se rieron. No sé si era sobre mí. Tal vez sí. Tal vez no. Pero me hicieron sentir que yo no era parte.
No me hablaron. No se acercaron. Solo me miraron. Como si supieran que yo no pertenecía a ningún lado. Como si estuvieran esperando algo de mí.
No sé por qué, pero algo en sus miradas me dio miedo… y a la vez, curiosidad.
Cuando llegué a casa, mi mamá no estaba. Como siempre, trabajando. Doble turno en el hospital. Enfermera. A veces me da bronca que nunca esté, pero después la veo llegar con los pies hinchados, ojeras hasta la boca, y no me sale decirle nada.
Esta noche me dejó una nota en la heladera:
“Comé algo calentito. Te quiero. Mamá.”
A veces pienso que esa nota dice más que muchas conversaciones. Pero igual… me hubiera gustado que me pregunte cómo me fue hoy. Que me abrace. Que me mire a los ojos.
Mañana será otro día. No sé si mejor. Pero al menos… ya pasé el primero.
Ojalá mañana sea distinto.
Ojalá alguien me hable.
FECHA .13/03/2012.
Querido diario,
Pasó una semana desde que empezó la secundaria. Una semana exacta desde ese primer día en el que nadie me habló, en el que me sentí invisible.
Hoy fue diferente. No espectacular, pero distinto. No estuve sola todo el tiempo. En el segundo recreo, justo cuando estaba sacando mi barrita de cereal para comer, escuché una voz detrás de mí:
—“¿Siempre traés lo mismo?”
Me di vuelta. Era la pelirroja con los labios pintados de negro. Se sento al lado mío sin pedir permiso y le dio una mordida a una medialuna que sacó de su mochila, como si ya me conociera. Yo no supe qué decir, así que solo me reí. Muy suave, como para no molestar.
Después se sumaron las otras tres del grupo. Una se llama Paula, otra Mili, y Brenda. Son distintas. Hablan rápido, con palabras que no entiendo a veces. Se ríen fuerte. Dicen cosas que me parecen demasiado para decir en voz alta, pero nadie les dice nada. Las miran. Las escuchan. Les tienen respeto… o miedo.
No me invitaron exactamente a su grupo. Pero no me echaron. Me escucharon. Me hicieron preguntas. “¿De qué escuela venís?”, “¿Tenés hermanos?”, “¿Tus viejos qué hacen?”
Les conté que mi mamá es enfermera y que trabaja casi todo el día. Una de ellas, Paula, hizo una mueca y dijo:
—“Uh, entonces estás sola todo el tiempo.”
No lo había pensado así, pero… sí. Estoy sola. Mucho más de lo que digo en voz alta.
Cuando sonó el timbre, Lucía me miró y dijo:
—“Mañana sentate con nosotras. Traé algo rico.”
Y se fue caminando como si nada. Como si no acabara de decirme algo importante.
Hoy mamá volvió tarde, queria que la espere para cenar. Calento fideos con tuco que habia en la heladera. Cenamos en silencio, mirando la tele. No le conté nada del recreo, ni de Lucía, ni de las chicas. No porque me diera vergüenza. Solo… no sé. Hay cosas que prefiero guardarme.
Pero esta vez no me acosté con ese nudo en el pecho.
Esta vez, sentí que algo se estaba abriendo.